El Cuervo

 
 
Video con dibujos animados de El cuervo: youtu.be/ywvp2XVS6i0
 
 
La versión en inglés de Vincent Price:  youtu.be/XXSbafnPsiU
 
 
 
Texto leído
 
 
 
Texto en pdf:
 
 

El cuervo (poema)

 
 
 
"El cuervo" describe la visita a la medianoche de un cuervo a unnarrador de luto, como lo ilustró John Tenniel (1858).

El cuervo (inglésThe Raven) es un poema narrativo escrito por Edgar Allan Poe, publicado por primera vez en 1845. Constituye su composición poética más famosa, ya que le dio reconocimiento internacional. Son notables su musicalidad, el lenguaje estilizado y la atmósfera sobrenatural que logra recrear. El texto narra la misteriosa visita de un cuervo parlante a la casa de un amante afligido, y del lento descenso hacia la locura de este último. El amante, que a menudo se ha identificado como un estudiante,1 2 llora la pérdida de su amada, Leonora. El cuervo negro, posado sobre un busto de Palas Atenea, parece azuzar su sufrimiento con la constante repetición de las palabras «Nunca más» (Nevermore). En el poema, Poe hace alusión al folclore y a varias obras clásicas.

Poe afirmaba haber escrito el poema de forma muy lógica y metódica. Su intención era crear un poema que pudiese gustar tanto a las clases populares como a las personas de gusto más refinado, como explica él mismo en el que fue su siguiente ensayo: la «Filosofía de la composición». El poema se inspira parcialmente en la figura del cuervo parlante de la novela Barnaby Rudge de Charles Dickens.3 Poe toma prestados el complejo ritmo y la métrica del poema «Geraldine», de Elizabeth Barrett Browning.

La publicación de El cuervo, el 29 de enero de 1845 en el diario New York Evening Mirror, convirtió a Poe en un personaje muy popular en su época. Pronto se hicieron reimpresiones, parodias y versiones ilustradas del poema. Aunque algunos críticos mantienen opiniones diversas acerca de su valor literario, el poema sigue siendo una de las composiciones más famosas que se han escrito en lengua inglesa.4

 

Argumento[editar]

 
"Sin cumplido o miramiento", ilustrado porGustave Doré (1884).

El cuervo sigue a un narrador sin nombre, que al principio está sentado leyendo «un raro infolio de olvidados cronicones», con la intención de olvidar la pérdida de su amada Leonora.5 Un «golpeteo en la puerta de su habitación»5 no revela nada, pero incita al alma a «encenderse».6 Se oye un golpeteo similar, ligeramente más fuerte, esta vez en la ventana. Cuando el joven va a investigar, un cuervo entra a su habitación. Sin prestar atención al hombre, el cuervo se posa sobre un busto de Palas. Divertido por el comportamiento del ave, cómico y serio a la vez, el hombre le pregunta su nombre. La única respuesta del cuervo es: «Nunca más».6 El narrador se muestra sorprendido ante la capacidad del ave para hablar, si bien no dice otra cosa. Supone que el cuervo aprendió a decir «nunca más» de algún «amo infeliz», y que es lo único que sabe decir.6 El narrador comenta que su «amigo» el cuervo pronto se irá volando de su vida, así como «otros amigos se han ido volando antes»6 junto con sus esperanzas. Como contestándole, el cuervo vuelve a decir: «nunca más».6 El narrador se convence de que esa única palabra, Nevermore, «nunca más», posiblemente adquirida de un viejo amo con mala suerte, es lo único que puede decir.6

Aun así, el narrador coloca su silla justo enfrente del cuervo, determinado a saber más sobre él. Se queda pensando por un momento, sin decir nada, pero su mente lo lleva de nuevo a su perdida Leonor. Piensa que el cuervo es una criatura demoníaca y le ordena que se vaya, sin embargo este no se va y se queda allí para siempre, dejando al narrador con profunda soledad y tristeza, sabiendo que "nunca más" saldrá de la sombra de la soledad

Análisis[editar]

Poe escribió el poema como una narrativa, sin crear intencionalmente una alegoría o caer en el didactismo.2 El tema central del poema es la devoción sin fin.7 El narrador experimenta un perverso conflicto entre el deseo de recordar y el deseo de olvidar. Parece sentir algo de placer en enfocarse en su pérdida.8 El narrador asume que «nunca más» es lo único que logra retener el ave, y aun así continúa haciéndole preguntas, sabiendo cuál será la respuesta. Sus preguntas, entonces, son deliberadamente autodespreciativas y lo llevan aún más a ese sentimiento de pérdida.9 Poe no deja en claro si el cuervo en realidad entiende lo que dice o si su intención es crear una reacción en el narrador del poema.10 El narrador comienza débil y cansado, se torna desconsolado y arrepentido antes de pasar a la histeria y, al final, a la locura.11 Christopher F. S. Maligec sugiere que el poema es un tipo de paraclausithyron elegiaco, una forma poética desarrollada por los grecorromanos que consiste en el lamento de un poeta frente a la puerta cerrada de su amada.12

 
El cuervo se posa en un busto dePalas Atenea, un símbolo de sabiduría que sugiere que el narrador es un erudito.

Alusiones[editar]

Edgar Allan Poe afirma que el narrador es un joven estudiante.13 Pese a que esto no esté explícitamente en el texto, es mencionado en “La filosofía de la composición”. También se sugiere dentro del poema en el hecho de que comience con el joven leyendo un libro, y por el busto de Palas Atenea, diosa griega de la sabiduría.1

Él está leyendo «más que un montón de pintorescas y curiosas tradiciones olvidadas».5 Similar a los estudios indicados en la corta historia de Poe, Ligeia, estas tradiciones pueden referir a lo oculto o a la magia negra. Esto se enfatiza en la elección del autor de ubicar el relato en el mes de diciembre, un mes en que se cree que las fuerzas de la oscuridad están especialmente activas. El uso de un cuervo — el “pájaro del demonio” — también sugiere esto.14 La imagen demoníaca se enfatiza por la creencia del narrador de que el cuervo es de «la ribera plutónica de la noche», o un mensajero del más allá, refiriéndose a Plutón, el dios romano del inframundo,8 también conocido como Hadesen la mitología griega.

Poe eligió un cuervo para ser el tema central de la historia porque quería una criatura que no razonara pero que fuera capaz de hablar. Decidió utilizar un cuervo, el cual él que consideró igualmente capaz del habla que un loro al concordar esto con el deseado tono del poema.15 Poe dijo que el cuervo estaba pensado para simbolizar el triste e interminable recuerdo.16 También se inspiró en Grip, el cuervo de Barnaby Rudge: A Tale of the Riots of 'Eighty de Charles Dickens. Una escena en particular tiene un parecido con El cuervo: al final del quinto capítulo, Grip hace un sonido y alguien dice, «¿Qué fue eso – él, golpeando la puerta?» La respuesta es: «Es alguien golpeando suavemente los postigos.»17 El cuervo de Dickens podía decir muchas palabras y tenía sus momentos humorísticos, incluyendo el salto del corcho de champaña, pero Poe enfatizó las cualidades más dramáticas del ave. Poe había escrito una crítica de Barnaby Rudge para la Graham's Magazine diciendo, entre otras cosas, que el cuervo debería haber servido para un propósito más poético y simbólico.17 La similitud no pasó desapercibida: James Russel Lowell, en su A Fable for Critics, escribió el verso, «Here comes Poe with his raven, like Barnaby Rudge / Three-fifths of him genius and two-fifths sheer fudge.», que en español sería: Aquí viene Poe con su cuervo, como Barnaby Rudge / tres quintos de su genialidad y dos quintos de puras tonterías.18 Poe podría haberse valido también de varias referencias a cuervos en la mitología y el folclore. En la mitología nórdicaOdín poseía dos cuervos llamados Hugin y Munin, quienes representaban el pensamiento y la memoria. En Las metamorfosis de Ovidio, un cuervo también comienza blanco antes de que Apololo castigara, al convertirlo en negro, por enviar un mensaje de la infidelidad de una amante. La idea de un cuervo mensajero en el cuento de Poe puede haber sido inspirada en estas historias.

Poe también menciona al Bálsamo de la Meca, una referencia al Libro de Jeremías de la Biblia: «no hay bálsamo en Gilead; ¿no hay ningún médico ahí? ¿Por qué no se ha recobrado entonces la salud de la hija de mi pueblo?»19 En ese contexto, el bálsamo de Gilead es una resina usada para fines medicinales (lo cual sugiere, quizá, que el narrador necesita ser curado después de la pérdida de Leonor). Él también refiere a «Aidenn», otra palabra del Jardín del Edén, aunque Poe la usa para preguntar si Leonor ha sido aceptada en el paraíso. Por otro lado, el narrador imagina que un serafín ha entrado en la habitación. Piensa que ellos intentan llevarse sus recuerdos de Leonor, para lo cual utilizan nepenthe, una droga mencionada en la Odisea de Homero para inducir el olvido.

Estructura poética[editar]

El poema está compuesto por 18 estrofas de 6 líneas cada una. Generalmente, la métrica es trocaica octómetra — ocho troqueos por línea. Cada troqueo teniendo una sílaba acentuada seguida de otra sin acentuar.3 La primera línea del poema original, por ejemplo (con / para representar sílabas acentuadas y x para representar a aquellas no acentuadas). Edgar Allan Poe, sin embargo, afirmó que el poema era una combinación de octómetro acatalécticoheptámetro cataléctico, y tetrámetro cataléctico.13 El esquema rítmico es ABCBBB y hace gran uso de la rima interna («dreary» y «weary»; «Once upon» y «while I pon-») y de la aliteración («Doubting, dreaming dreams...»).20 El poeta del siglo veinte Daniel Hoffman sugirió que la estructura y métrica del poema es tan rígida que parece casi artificial, aunque su cualidad “magnética” lo supera.21 Poe basó la estructura de El cuervo en la complicada rima y ritmo del poema «Lady Geraldine's Courtship» de Elizabeth Barrett; había criticado el trabajo de Barrett en el artículo de enero de 1845 de la revistaBroadway Journal y dijo que «su inspiración poética es lo más alto que podemos concebir. Su sentido del arte es puro en sí mismo.» Acerca de «Lady Geraldine's Courtship» dijo, «Jamás he leído un poema que combinara de esa manera tanta de la más feroz pasión con tanta de la más delicada imaginación.»2

Figuras retóricas:

Antítesis: 

Ej:Cada chispa resplandeciente dejaba un rastro espectral

 Paralelismo psicocósmico: Existe cuando se traza una igualdad entre el sentimiento de un personaje y el medio ambiente en el que se encuentra.

Ej:Cierta noche aciaga, cuando, con la mente cansada,

meditaba sobre varios libracos de sabiduría ancestral

y asentía, adormecido, de pronto se oyó un rasguido,

como si alguien muy suavemente llamara a mi portal.

 

Personificación: 

desolado diciembre

 

 Hipérbaton: Alteración del orden sintáctico.


Escrutando hondo en aquella negrura 
permanecí largo rato, atónito, temeroso 

(atónito, temeroso permanecí largo rato/Escrutando hondo en aquella negrura)


Epítetos
silencio insondable 
tizones encendidos 

 

Estribillo.
Ej: Nunca más. 

Símil o comparación:
Y sus ojos tienen la apariencia 
de los de un demonio que está soñando. 

Grafopeya y etopeya del cuervo:

Esta negra y torva ave tocó, con su aire grave,
en sonriente extrañeza mi gris solemnidad.
"Ese penacho rapado -le dije-, no te impide ser
osado, viejo cuervo desterrado de la negrura abisal;
¿cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?"
Dijo el cuervo: "Nunca más".
 
"¡Profeta! -grité-, ser malvado, profeta eres, diablo alado!
¿Del Tentador enviado o acaso una tempestad
trajo tu torvo plumaje hasta este yermo paraje,
a esta morada espectral?

Pleonasmo:

soñé sueños que nadie osó soñar jamás


Repetición:

 

sólo se oyó la palabra "Leonor", que yo me atreví a susurrar...
sí, susurré la palabra "Leonor" y un eco volvióla a nombrar.
 
Hipérbole: Recurso literario que consiste en exagerar una idea o un conjunto de ideas. 

Ej: 
...la única, 
Leonora, la única, 

El poema está hecho compuesto por 18 estrofas de 6 líneas cada una. 

Filosofía de la composición

En Filosofía de la composición, ensayo publicado en 1946, Poe explica -o, más bien, disecciona- con precisión de cirujano el proceso seguido en la elaboración un año antes deEl cuervo, disparando a bocajarro contra las musas en una crítica abierta a sus compañeros de profesión.

Me sería imposible explicar por qué no se ha ofrecido nunca al público un trabajo semejante; pero quizá la vanidad de los autores haya sido la causa más poderosa que justifique esa laguna literaria. Muchos escritores, especialmente los poetas, prefieren dejar creer a la gente que escriben gracias a una especie de sutil frenesí o de intuición extática […]

Consiste mi propósito en demostrar que ningún punto de la composición puede atribuirse a la intuición ni al azar; y que aquélla avanzó hacia su terminación, paso a paso, con la misma exactitud y la lógica rigurosa propias de un problema matemático.

Esta afirmación, casi anatema, nos chirría, más aún viniendo de un escritor que tantas emociones, miedos e instintos enterrados en los más profundo ha sido capaz de legarnos. Con cierto regusto fraudulento, como un prestidigitador que nos mostrara la fisura oculta en sus sólidas anillas, nos rebelamos ¿cálculo? ¿sólo era eso?, ¡imposible!. Y sin embargo todo escritor tiene un plan previamente trazado, no siempre de forma consciente, una forma particular de abordar la escritura que, sin ser universal ni seguir necesariamente una metodología rigurosa, funciona. Existen técnicas para escribir bien, independiente del talento (¿o a qué si no tanto taller literario, tanto debate, crítica y baterías de consejos para noveles?) del mismo modo que existen técnicas para bailar bien, aunque uno haya nacido sin un gramo de ritmo en las venas. 

Él al menos nos dejó su fórmula, pasos que seguro resultan familiares si han tenido que enfrentarse alguna vez a la ingrata tarea de hacer un comentario de texto. Esta es una versión un tanto libre de ese itinerario en la que intento extrapolar aquellos puntos de carácter más general, en todo caso, siempre es mejor leer el texto original de Poe o su traducción.


  1. Ten siempre a la vista la originalidad
     
  2. Escoge un efecto y analízalo. Combina los incidentes y el tono en vistas a su obtención.
     
  3. Sé breve: A mayor extensión menor unidad de efecto. Ningún poema debe sobrepasar el límite de una sola sesión de lectura.
     
  4. La Belleza constituye el único dominio legítimo del poema
     
  5. Establece unos cimientos: la clave, el pivote sobre el que gire toda la estructura (en este caso el estribillo Nevermore). Esta base ha de estar justificada y sercoherente con el tono (un animal mejor que una persona, un cuervo mejor que un loro).
     
  6. Elige un tema (la muerte de un ser amado) que se corresponda con el tono(melancólico) y un sujeto (el amante) a través del cual se manifiesta.
     
  7. Coge la pluma y empieza por el final: fija el ritmo, metro, longitud y disposición general de la estrofa... Puesto que se trata del punto culminante adapta a él todo lo demás.
     
  8. El ambiente: La limitación espacial permite concentrar la atención sobre el incidente que enmarca (razón por la que eligió localizar El cuervo en una habitación cerrada y no en un tétrico bosque)
     
  9. El resto de elementos (versificación, figuras, incidentes), son circunstanciales y, por tanto, sólo válidos para el poema en cuestión. Sin embargo, todo lo expresado bien podría resumirse en una máxima: No hay nada gratuito.
     
  10. Finalmente explica Poe que no basta con narrar una historia, hay que dotarla desentido y hay que hacerlo con sutileza, introduciendo una segunda lectura, subterránea y apenas sugerida hasta el último verso. Es en esa clandestinidad semántica donde establece, junto al dominio de la belleza, el rasgo característico de la poesía y su diferencia con la prosa.

Método de composición * Edgar Allan Poe

 

Análisis de “El cuervo”

 

En cuanto a mí, no encuentro la menor dificultad en recordar la marcha progresiva de todas mis composiciones. Puesto que el interés de este análisis o reconstrucción, que se ha considerado como un desiderátum en literatura, es enteramente independiente de cualquier supuesto ideal en lo analizado, no se me podrá censurar que salte a las conveniencias si revelo aquí el modus operandi con que logré construir una de mis obras.

 Escojo para ello El cuervo debido a que es la más conocida de todas. Consiste mi propósito en demostrar que ningún punto de la composición puede atribuirse a la intuición ni al azar; y que aquélla avanzó hacia su terminación, paso a paso, con la misma exactitud y la lógica rigurosa propias de un problema matemático. 

Puesto que no responde directamente a la cuestión poética, prescindamos de la circunstancia, si lo prefieren, la necesidad, de que nació la intención de escribir un poema tal que satisficiera al propio tiempo el gusto popular y el gusto crítico. Mi análisis comienza, por tanto, a partir de esa intención.

 La consideración primordial fue ésta: la dimensión. Si una obra literaria es demasiado extensa para ser leída en una sola sesión, debemos resignarnos a quedar privados del efecto, soberanamente decisivo, de la unidad de impresión; porque cuando son necesarias dos sesiones se interponen entre ellas los asuntos del mundo, y todo lo que denominamos el conjunto o la totalidad queda destruido automáticamente. Pero, habida cuenta de que coeteris paribus, ningún poeta puede renunciar a todo lo que contribuye a servir su propósito, queda examinar si acaso hallaremos en la extensión alguna ventaja, cual fuere, que compense la pérdida de unidad aludida. Por el momento, respondo negativamente. Lo que solemos considerar un poema extenso en realidad no es más que una sucesión de poemas cortos, es decir, de efectos poéticos breves.

 Es inútil sostener que un poema no es tal sino en cuanto eleva el alma y te reporta una excitación intensa: por una necesidad psíquica, todas las excitaciones intensas son de corta duración. Por eso, al menos la mitad del "Paraíso perdido" no es más que pura prosa: hay en él una serie de excitaciones poéticas salpicadas inevitablemente de depresiones. En conjunto, la obra toda, a causa de su extensión excesiva, carece de aquel elemento artístico tan decisivamente importante: totalidad o unidad de efecto. 

En lo que se refiere a las dimensiones hay, evidentemente, un límite positivo para todas las obras literarias: el límite de una sola sesión. Ciertamente, en ciertos géneros de prosa, como Robinson Crusoe, no se exige la unidad, por lo que aquel límite puede ser traspasado: sin embargo, nunca será conveniente traspasarlo en un poema. En el mismo límite, la extensión de un poema debe hallarse en relación matemática con el mérito del mismo, esto es, con la elevación o la excitación que comporta; dicho de otro modo, con la cantidad de auténtico efecto poético con que pueda impresionar las almas. 

Esta regla sólo tiene una condición restrictiva, a saber: que una relativa duración es absolutamente indispensable para causar un efecto, cualquiera que fuere. Teniendo muy presentes en mí ánimo estas consideraciones, así como aquel grado de excitación que nos situaba por encima del gusto popular y por debajo del gusto crítico, concebí ante todo una idea sobre la extensión idónea para el poema proyectado: unos cien versos aproximadamente. En realidad cuenta exactamente ciento ocho. Mi pensamiento se fijó seguidamente en la elevación de una impresión o de un efecto que causar. 

Aquí creo que conviene observar que, a través de este trabajo de construcción, tuve siempre presente la voluntad de lograr una obra universalmente apreciable. Me alejaría demasiado de mi objeto inmediato presente si me entretuviese en demostrar un punto en que he insistido muchas veces: que lo bello es el único ámbito legítimo de la poesía. Con todo, diré unas palabras para presentar mi verdadero pensamiento, que algunos amigos míos se han apresurado demasiado a disimular. El placer a la vez más intenso, más elevado y más puro no se encuentra -según creo- más que en la contemplación de lo bello. Cuando los hombres hablan de belleza no entienden precisamente una cualidad, como se supone, sino una impresión: en suma, tienen presente la violenta y pura elevación del alma -no del intelecto ni del corazón- que ya he descrito y que resulta de la contemplación de lo bello. Ahora bien, yo considero la belleza como el ámbito de la poesía, porque es una regla evidente del arte que los efectos deben brotar necesariamente de causas directas, que los objetos deben ser alcanzados con los medios más apropiados para ello -ya que ningún hombre ha sido aún bastante necio para negar que la elevación singular de que estoy tratando se halle más fácilmente al alcance de la poesía. En cambio, el objeto verdad, o satisfacción del intelecto, y el objeto pasión, o excitación del corazón, son mucho más fáciles de alcanzar por medio de la prosa aunque, en cierta medida, queden también al alcance de la poesía. En resumen, la verdad requiere una precisión, y la pasión una familiaridad (los hombres verdaderamente apasionados me comprenderán) radicalmente contrarias a aquella belleza,que no es sino la excitación -debo repetirlo- o el embriagador arrobamiento del alma. De todo lo dicho hasta el presente no puede en modo alguno deducirse que la pasión ni la verdad no puedan ser introducidas en un poema, incluso con beneficio para éste; ya que pueden servir para aclarar o para potenciar el efecto global, como las disonancias por contraste. Pero el auténtico artista se esforzará siempre en reducirlas a un papel propicio al objeto principal que se pretenda, y además en rodearlas, tanto como pueda, de la nube de belleza que es atmósfera y esencia de la poesía. En consecuencia, considerando lo bello como mi terreno propio, me pregunté entonces: ¿cuál es el tono para su manifestación más alta? Éste había de ser el tema de mi siguiente meditación. Ahora bien, toda la experiencia humana coincide en que ese tono es el de la tristeza. Cualquiera que sea su parentesco, la belleza, en su desarrollo supremo, induce a las lágrimas, inevitablemente, a las almas sensibles. Así, pues, la melancolía es el más idóneo de los tonos poéticos. Una vez determinados así la dimensión, el terreno y el tono de mi trabajo, me dediqué a la busca de alguna curiosidad artística e incitante, que pudiera actuar como clave en la construcción del poema: de algún eje sobre el que toda la máquina hubiera de girar; empleando para ello el sistema de la introducción ordinaria. Reflexionando detenidamente sobre todos los efectos de arte conocidos o, más propiamente, sobre todo los medios de efecto -entendiendo este término en su sentido escénico-, no podía escapárseme que ninguno había sido empleado con tanta frecuencia como el estribillo. La universalidad de éste bastaba para convencerme acerca de su intrínseco valor, evitándome la necesidad de someterlo a un análisis. En cualquier caso, yo no lo consideraba sino en cuanto susceptible de perfeccionamiento; y pronto advertí que se encontraba aún en un estado primitivo. Tal como habitualmente se emplea, el estribillo no sólo queda limitado a las composiciones líricas, sino que la fuerza de la impresión que debe causar depende del vigor de la monotonía en el sonido y en la idea. Solamente se logra el placer mediante la sensación de identidad o de repetición. Entonces yo resolví variar el efecto, con el fin de acrecentarlo, permaneciendo en general fiel a la monotonía del sonido, pero alterando continuamente el de la idea: es decir, me propuse causar una serie continua de efectos nuevos con una serie de variadas aplicaciones del estribillo, dejando que éste fuese casi siempre parecido. Habiendo ya fijado estos puntos, me preocupé por la naturaleza de mi estribillo: puesto que su aplicación tenía que ser variada con frecuencia, era evidente que el estribillo en cuestión había de ser breve, pues hubiera sido una dificultad insuperable variar frecuentemente las aplicaciones de una frase un poco extensa. Por supuesto, la facilidad de variación estaría proporcionada a la brevedad de una frase. Ello me condujo seguidamente a adoptar como estribillo ideal una única palabra. Entonces me absorbió la cuestión sobre el carácter de aquella palabra. Habiendo decidido que habría un estribillo, la división del poema en estancias resultaba un corolario necesario, pues el estribillo constituye la conclusión de cada estrofa. No admitía duda para mí que semejante conclusión o término, para poseer fuerza, debía ser necesariamente sonora y susceptible de un énfasis prolongado: aquellas consideraciones me condujeron inevitablemente a la o larga, que es la vocal más sonora, asociada a la r, porque ésta es la consonante más vigorosa. Ya tenía bien determinado el sonido del estribillo. A continuación era preciso elegir una palabra que lo contuviese y, al propio tiempo, estuviese en el acuerdo más armonioso posible con la melancolía que yo había adoptado como tono general del poema. En una búsqueda semejante, hubiera sido imposible no dar con la palabra nevermore (nunca más). En realidad, fue la primera que se me ocurrió. El siguiente fue éste: ¿cual será el pretexto útil para emplear continuamente la palabra nevermore? Al advertir la dificultad que se me planteaba para hallar una razón válida de esa repetición continua, no dejé de observar que surgía tan sólo de que dicha palabra, repetida tan cerca y monótonamente, había de ser proferida por un ser humano: en resumen, la dificultad consistía en conciliar la monotonía aludida con el ejercicio de la razón en la criatura llamada a repetir la palabra. Surgió entonces la posibilidad de una criatura no razonable y, sin embargo, dotada de palabra: como lógico, lo primero que pensé fue un loro; sin embargo, éste fue reemplazado al punto por un cuervo, que también está dotado de palabra y además resulta infinitamente más acorde con el tono deseado en el poema. Así, pues, había llegado por fin a la concepción de un cuervo. ¡El cuervo, ave de mal agüero!, repitiendo obstinadamente la palabra nevermore al final de cada estancia en un poema de tono melancólico y una extensión de unos cien versos aproximadamente. Entonces, sin perder de vista el superlativo o la perfección en todos los puntos, me pregunté: entre todos los temas melancólicos, ¿cuál lo es más, según lo entiende universalmente la humanidad? Respuesta inevitable: ¡la muerte! Y, ¿cuándo ese asunto, el más triste de todos, resulta ser también el más poético? Según lo ya explicado con bastante amplitud, la respuesta puede colegirse fácilmente: cuando se alíe íntimamente con la belleza. Luego la muerte de una mujer hermosa es, sin disputa de ninguna clase, el tema más poético del mundo; y queda igualmente fuera de duda que la boca más apta para desarrollar el tema es precisamente la del amante privado de su tesoro. Tenía que combinar entonces aquellas dos ideas: un amante que llora a su amada perdida. Y un cuervo que repite continuamente la palabra nevermore. No sólo tenía que combinarlas, sino además variar cada vez la aplicación de la palabra que se repetía: pero el único medio posible para semejante combinación consistía en imaginar un cuervo que aplicase la palabra para responder a las preguntas del amante. Entonces me percaté de la facilidad que se me ofrecía para el efecto de que mi poema había de depender: es decir, el efecto que debía producirse mediante la variedad en la aplicación del estribillo. Comprendí que podía hacer formular la primera pregunta por el amante, a la que respondería el cuervo: nevermore; que de esta primera pregunta podía hacer una especie de lugar común, de la segunda algo menos común, de la tercera algo menos común todavía, y así sucesivamente, hasta que por último el amante, arrancado de su indolencia por la índole melancólica de la palabra, su frecuente repetición y la fama siniestra del pájaro, se encontrase presa de una agitación supersticiosa y lanzase locamente preguntas del todo diversas, pero apasionadamente interesantes para su corazón: unas preguntas donde se diesen a medias la superstición y la singular desesperación que halla un placer en su propia tortura, no sólo por creer el amante en la índole profética o diabólica del ave (que, según le demuestra la razón, no hace más que repetir algo aprendido mecánicamente), sino por experimentar un placer inusitado al formularlas de aquel modo, recibiendo en el nevermore siempre esperado una herida reincidente, tanto más deliciosa por insoportable. Viendo semejante facilidad que se me ofrecía o, mejor dicho, que se me imponía en el transcurso de mi trabajo, decidí primero la pregunta final, la pregunta definitiva, para la que el nevermore sería la última respuesta, a su vez: la más desesperada, llena de dolor y de horror que concebirse pueda. Aquí puedo afirmar que mi poema había encontrado su comienzo por el fin, como debieran comenzar todas las obras de arte: entonces, precisamente en este punto de mis meditaciones, tomé por vez primera la pluma, para componer la siguiente estancia: ¡Profeta! Aire, ¡ente de mal agüero! ¡Ave o demonio, pero profeta siempre! Por ese cielo tendido sobre nuestras cabezas, por ese Dios que ambos adoramos, di a esta alma cargada de dolor si en el Paraíso lejano podrá besar a una joven santa que los ángeles llaman Leonor, besar a una preciosa y radiante joven que los ángeles llaman Leonor". El cuervo dijo: "¡Nunca más!." Sólo entonces escribí esta estancia: primero, para fijar el grado supremo y poder de este modo, más fácilmente, variar y graduar, según su gravedad y su importancia, las preguntas anteriores del amante; y en segundo término, para decidir definitivamente el ritmo, el metro, la extensión y la disposición general de la estrofa, así como graduar las que debieran anteceder, de modo que ninguna aventajase a ésta en su efecto rítmico. Si, en el trabajo de composición que debía subseguir, yo hubiera sido tan imprudente como para escribir estancias más vigorosas, me hubiera dedicado a debilitarlas, conscientemente y sin ninguna vacilación, de modo que no contrarrestasen el efecto de crescendo. Podría decir también aquí algo sobre la versificación. Mi primer objeto era, como siempre, la originalidad. Una de las cosas que me resultan más inexplicables del mundo es cómo ha sido descuidada la originalidad en la versificación. Aun reconociendo que en el ritmo puro exista poca posibilidad de variación, es evidente que las variedades en materia de metro y estancia son infinitas: sin embargo, durante siglos, ningún hombre hizo nunca en versificación nada original, ni siquiera ha parecido desearlo. Lo cierto es que la originalidad -exceptuando los espíritus de una fuerza insólita- no es en manera alguna, como suponen muchos, cuestión de instinto o de intuición. Por lo general, para encontrarla hay que buscarla trabajosamente; y aunque sea un positivo mérito de la más alta categoría, el espíritu de invención no participa tanto como el de negación para aportarnos los medios idóneos de alcanzarla. Ni qué decir tiene que yo no pretendo haber sido original en el ritmo o en el metro de El cuervo. El primero es troqueo; el otro se compone de un verso octómetro acataléctico, alternando con un heptámetro cataléctico que, al repetirse, se convierte en estribillo en el quinto verso, y finaliza con un tetrámetro cataléctico. Para expresarme sin pedantería, los pies empleados, que son troqueos, consisten en una sílaba larga seguida de una breve; el primer verso de la estancia se compone de ocho pies de esa índole; el segundo, de siete y medio; el tercero, de ocho; el cuarto, de siete y medio; el quinto, también de siete y medio; el sexto, de tres y medio. Ahora bien, si se consideran aisladamente cada uno de esos versos habían sido ya empleados, de manera que la originalidad de El cuervo consiste en haberlos combinado en la misma estancia: hasta el presente no se había intentado nada que pudiera parecerse, ni siquiera de lejos, a semejante combinación. El efecto de esa combinación original se potencia mediante algunos otros efectos inusitados y absolutamente nuevos, obtenidos por una aplicación más amplia de la rima y de la aliteración. El punto siguiente que considerar era el modo de establecer la comunicación entre el amante y el cuervo: el primer grado de la cuestión consistía, naturalmente, en el lugar. Pudiera parecer que debiese brotar espontáneamente la idea de una selva o de una llanura; pero siempre he estimado que para el efecto de un suceso aislado es absolutamente necesario un espacio estrecho: le presta el vigor que un marco añade a la pintura. Además, ofrece la ventaja moral indudable de concentrar la atención en un pequeño ámbito; ni que decir tiene que esta ventaja no debe confundirse con la que se obtenga de la mera unidad de lugar. En consecuencia, decidí situar al amante en su habitación, en una habitación que había santificado con los recuerdos de la que había vivido allí. La habitación se describiría como ricamente amueblada: con objeto de satisfacer las ideas que ya expuse acerca de la belleza, en cuanto única tesis verdadera de la poesía. Habiendo determinado así el lugar, era preciso introducir entonces el ave: la idea de que ésta penetrase por la ventana resultaba inevitable. Que al amante supusiera, en el primer momento, que el aleteo del pájaro contra el postigo fuese una llamada a su puerta era una idea brotada de mi deseo de aumentar la curiosidad del lector, obligándole a aguardar; pero también del deseo de colocar el efecto incidental de la puerta abierta de par en par por el amante, que no halla más que oscuridad, y que por ello puede adoptar en parte la ilusión de que el espíritu de su amada ha venido a llamar... Hice que la noche fuera tempestuosa, primero para explicar que el cuervo buscase la hospitalidad; también para crear el contraste con la serenidad material reinante en el interior de la habitación. Así, también, hice posarse el ave sobre el busto de Palas para establecer el contraste entre su plumaje y el mármol. Se comprende que la idea del busto ha sido suscitada únicamente por el ave; que fuese precisamente un busto de Palas se debió en primer lugar a la relación íntima con la erudición del amante y en segundo término a causa de la propia sonoridad del nombre de Palas. Hacia mediados del poema, exploté igualmente la fuerza del contraste con el objeto de profundizar la que sería la impresión final. Por eso, conferí a la entrada del cuervo un matiz fantástico, casi lindante con lo cómico, al menos hasta donde mi asunto lo permitía. El cuervo penetra con un tumultuoso aleteo. No hizo ni la menor reverencia, no se detuvo, no vaciló ni un minuto; pero con el aire de un señor o de una dama, colgóse sobre la puerta de mi habitación. En las dos estancias siguientes, el propósito se manifiesta aun más: Entonces aquel pájaro de ébano, que por la gravedad de su postura y la severidad de su fisonomía inducía a mi triste imaginación a sonreír: "Aunque tu cabeza", le dije, "no lleve ni capote ni cimera, ciertamente no eres un cobarde, lúgubre y antiguo cuervo partido de las riberas de la noche. ¡Dime cuál es tu nombre señorial en las riberas de la noche plutónica". El cuervo dijo: "¡Nunca más!". Me maravilló que aquel desgraciado volátil entendiera tan fácilmente la palabra, si bien su respuesta no tuvo mucho sentido y no me sirvió de mucho; porque hemos de convenir en que nunca más fue dado a un hombre vivo el ver a un ave encima de la puerta de su habitación, a un ave o una bestia sobre un busto esculpido encima de la puerta de su habitación, llamarse un nombre tal como "¡Nunca más!". Preparado así el efecto del desenlace, me apresuro a abandonar el tono fingido y adoptar el serio, más profundo: este cambio de tono se inicia en el primer verso de la estancia que sigue a la que acabo de citar: Mas el cuervo, posado solitariamente en el busto plácido, no profirió..., etc. A partir de este momento, el amante ya no bromea; ya no ve nada ficticio en el comportamiento del ave. Habla de ella en los términos de una triste, desgraciada, siniestra, enjuta y augural ave de los tiempos antiguos y siente los ojos ardientes que le abrasan hasta el fondo del corazón. Esa transición de su pensamiento y esa imaginación del amante tienen como finalidad predisponer al lector a otras análogas, conduciendo el espíritu hacia una posición propicia para el desenlace, que sobrevendrá tan rápida y directamente como sea posible. Con el desenlace propiamente dicho, expresado en el jamás del cuervo en respuesta a la última pregunta del amante -¿encontrará a su amada en el otro mundo?-, puede considerarse concluido el poema en su fase más clara y natural, la de simple narración. Hasta el presente, todo se ha mantenido en los límites de lo explicable y lo real. Un cuervo ha aprendido mecánicamente la única palabra jamás; habiendo huido de su propietario, la furia de la tempestad le obliga, a medianoche, a pedir refugio en una ventana donde aún brilla una luz: la ventana de un estudiante que, divertido por el incidente, le pregunta en broma su nombre, sin esperar respuesta. Pero el cuervo, al ser interrogado, responde con su palabra habitual, nunca más: palabra que inmediatamente suscita un eco melancólico en el corazón del estudiante; y éste, expresando en voz alta los pensamientos que aquella circunstancia le sugiere, se emociona ante la repetición del jamás. El estudiante se entrega a las suposiciones que el caso le inspira; mas el ardor del corazón humano no tarda en inclinarle a martirizarse, así mismo y también por una especie de superstición a formularle preguntas que la respuesta inevitable, el intolerable "nunca más", le proporcione la más horrible secuela de sufrimiento, en cuanto amante solitario. La narración en lo que he designado como su primera fase o fase natural, halla su conclusión precisamente en esa tendencia del corazón a la tortura, llevada hasta el último extremo: hasta aquí, no se ha mostrado nada que pase los límites de la realidad. Pero, en los temas manejados de esta manera, por mucha que sea la habilidad del artista y mucho el lujo de incidentes con que se adornen, siempre quedan cierta rudeza y cierta desnudez que dañan la mirada de la persona sensible. Dos elementos se exigen eternamente: por una parte, cierta suma de complejidad, dicho con mayor propiedad, de combinación; por otra cierta cantidad de espíritu sugestivo, algo así como una vena subterránea de pensamiento, invisible e indefinido. Esta última cualidad es la que le confiere a la obra de arte el aire opulento que a menudo cometemos la estupidez de confundir con el ideal. Lo que transmuta en prosa -y prosa de la más baja estofa-, la pretendida poesía de los que se denominan trascendentalistas, es justamente el exceso en la expresión del sentido que sólo debe quedar insinuado, la manía de convertir la corriente subterránea de una obra en la otra corriente, visible en la superficie. Convencido de ello, añadí las dos estancias que concluyen el poema, porque su calidad sugestiva había de penetrar en toda la narración antecedente. La corriente subterránea del pensamiento se muestra por primera vez en estos versos: Arranca tu pico de mi corazón y precipita tu espectro lejos de mi puerta. El cuervo dijo: "Nunca más". Quiero subrayar que la expresión "de mi corazón" encierra la primera expresión poética. Estas palabras, con la correspondiente respuesta, jamás, disponen el espíritu a buscar un sentido moral en toda la narración que se ha desarrollado anteriormente. Entonces el lector comienza a considerar el cuervo como un ser emblemático pero sólo en el último verso de la última estancia puede ver con nitidez la intención de hacer del cuervo el símbolo del recuerdo fúnebre y eterno. Y el cuervo, inmutable, sigue instalado, siempre instalado sobre el busto plácido de Palas, justo encima de la puerta de mi habitación; y sus ojos parecen los ojos de un demonio que medita; y la luz de la lámpara, que le chorrea encima, proyecta su sombra en el suelo; y mi alma, fuera del círculo de aquella sombra que yace flotando en el suelo, no podrá elevarse ya más, ¡nunca más! 1846 E. A. Poe. Método de composición [en línea]. https://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/poe01.htm (Hogar electrónico de Luis López Nieves [Consulta: 16 de diciembre de 2009] *